martes, 29 de julio de 2003

Creencias

Martín Bonfil Olivera
Milenio Diario, 29 de julio de 2003

Al escribir de ciencia, es inevitable enfrentarse tarde o temprano a una realidad deprimente: siempre llevamos las de perder en la batalla por el espacio en los medios de comunicación. En todos lados hay muchos más mensajes relacionados con horóscopos, ovnis, medicinas alternativas y artes adivinatorias que espacios dedicados a conocimientos más o menos sólidos y confiables, como la ciencia, por ejemplo.

No quiero decir con esto que la gente no crea en la ciencia. Decir que algo está “científicamente comprobado” sigue siendo la mejor manera de dar credibilidad a cualquier cantidad de cosas extrañas (que una crema puede rejuvenecer el cutis, que una medalla logrará atraer el amor...). Incluso la iglesia católica ha utilizado el argumento de la comprobación científica para apoyar la credibilidad de “milagros” como la aparición de la virgen de Guadalupe o la sábana santa (lo cual hace que uno se pregunte si estarán hablando de fe, que por definición no requiere de pruebas, o si es precisamente la ausencia de fe la que los hace buscar la verificabilidad científica).

Pero con la ciencia sucede una paradoja: aunque su credibilidad respecto a cosas en las que uno no es experto es muy grande, al mismo tiempo el público está siempre dispuesto a cuestionar su validez cuando se trata de cosas relacionadas con creencias y supersticiones. “¡Qué van esos científicos a venir a decirme a mí que la (inserte aquí la creencia de su preferencia: homeopatía, tarot, astrología, quiromancia...) es un engaño, si yo la he utilizado durante años y sé que funciona!”

Precisamente este tema fue abordado en las páginas de Milenio Diario el pasado martes 22 de julio, en un reportaje en el que se examinaba la charlatanería de los supuestos “adivinadores” que resuelven por teléfono la vida de quienes los consultan. Se trata de un negocio redondo: la gente siempre tiene problemas, y está dispuesta a pagar con tal de que alguien le diga cómo solucionarlos. Una de las temáticas más gustadas es la de la infidelidad: existen cantidad de clarividentes dispuestos a darle a la persona angustiada todos los detalles de con quién la está engañando el ser amado –¡incluso hasta el color del cabello!–, todo con sólo hacer la llamada telefónica que, por supuesto, se cobra jugosamente.

Es un alivio que al menos un medio cuestione este tipo de engaños. Pero, para demostrar que donde menos se espera salta la liebre, para criticar la falta de ética de estos adivinadores telefónicos, en el reportaje de Milenio se citan las opiniones de una “experta”: Auraki, “reconocida tarotista argentina establecida en México”, a quien se presenta como parte de “un grupo selecto de adivinadores serios y comprometidos”, y que llega a afirmar cosas como que “hay ocasiones en que la energía de la misma persona puede manipular una contestación”, además de que emplea terapias complementarias como el reiki, que trabaja con “energía inteligente universal”.

¿En qué quedamos entonces? ¿Se cuestiona la validez de las charlatanerías, o se les da credibilidad? Desde un punto de vista científico, tan charlatanes son los clarividentes telefónicos como las tarotistas argentinas reconocidas (sobre todo si hablan de energía inteligente universal). Ni el tarot, ni ninguna otra arte adivinatoria ha podido demostrar nunca de forma confiable que pueda predecir el futuro.

¿Por qué, entonces, abundan tantos casos de personas que confían en adivinos? Una razón tiene que ver simplemente con la estadística: basta con hacer un número suficientemente grande de predicciones para que, necesariamente, algunas se cumplan. Sobre todo si son lo suficientemente vagas.

Pero no es sólo eso: los adivinadores son también expertos en lo que en inglés se conoce como cold reading: la habilidad de observar cuidadosamente el aspecto y las actitudes, movimientos, vacilaciones, tics y demás indicadores de la personalidad y de lo que la víctima está pensando en ese momento (incluso las inflexiones de la voz). Guiados de este modo, los adivinos van adaptando cuidadosamente sus palabras sobre la marcha para que coincidan con lo que la persona espera escuchar. El resultado, naturalmente, suele ser sorprendente: “¡no sé cómo lo supo, si yo no le dije nada!”

Quizá la verdadera razón del éxito de charlatanerías y supersticiones esté en que permiten hallar soluciones (así sean imaginarias) a los diarios dilemas de la vida; esperanza y seguridad en un mundo cada vez más confuso y violento. Y es que, si hay algo para lo que la ciencia no sirve, es para darle sentido a nuestras vidas. Uno no puede preguntarle a la ciencia qué nos depara el futuro ni qué hacer en una crisis personal. Sólo sirve para decirnos cómo es la naturaleza. Lo que hagamos después con ese conocimiento, y el sentido que busquemos para nuestras acciones y vivencias, sale de su ámbito de acción.

¿Logrará el pensamiento racional ganar los espacios en los medios que actualmente tienen las charlatanerías? Por desgracia no parece probable; al menos no mientras la cultura del público siga estando al nivel de la “línea psíquica” de Walter Mercado.

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