martes, 21 de octubre de 2003

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Martín Bonfil Olivera
Milenio Diario, 21 de octubre de 2003

A mi tía Consuelo, admirando
su curiosidad infantil (y científica)

El miércoles pasado se celebró en El Colegio Nacional la primera parte del simposio “El concepto de realidad, verdad y mitos”, que aborda estos temas en las áreas de ciencia, filosofía, arte e historia.

En las conferencias y mesas redondas que conformaron el simposio, organizado por Pablo Rudomín, neurólogo del Centro de Investigación y Estudios Avanzados (CINVESTAV) del Instituto Politécnico Nacional, se abordaron temas de gran interés, entre los que destacó la distinción entre verdad y mitos. Se trata de un tema que siempre despierta polémica, sobre todo en las áreas científicas y en su relación con las llamadas seudociencias.

¿Qué es un mito? ¿Qué es una seudociencia? Las respuestas pueden ser muy variadas, claro, pero comencemos por ver qué nos dice la Real Academia: “mito: fábula, ficción alegórica; relato o noticia que desfigura lo que realmente es una cosa, y le da apariencia de ser más valiosa o más atractiva”. Seudociencia, en cambio, tomando en cuenta que el prefijo “seudo” significa simplemente “falso”, sería una falsa ciencia: un sistema de pensamiento que, sin serlo, pretende hacerse pasar por científico. (El problema es entonces definir qué es ciencia... y si científicos y filósofos no han podido ponerse de acuerdo, no seré yo quien intente superarlos.)

Hubo quien habló de la astrología como un sistema de mitos que en una etapa de la historia humana tuvo un claro sentido social y de interpretación de la naturaleza, pero que actualmente ha sido ampliamente superado por la ciencia de la astronomía. En casos como éste, no hay mucha duda de que la astrología es hoy una seudociencia.

Paro hay otras áreas en que la distinción no es tan clara (al menos no para quienes no son científicos). Las matemáticas, por ejemplo, son una disciplina que se halla en la frontera de lo real. ¿Son los números y demás entidades que estudian –o crean– los matemáticos parte del mundo real, o existen sólo en nuestras mentes? ¿Las matemáticas se descubren o se inventan?

Incluso en las ciencias llamadas “duras” (yo prefiero llamarlas naturales), la pretensión de objetividad ha sido fuertemente cuestionada por filósofos, sociólogos e historiadores de la ciencia, y con muy buenos argumentos. Si les hacemos, tendríamos que aceptar que la versión de la naturaleza que nos proporcionan las ciencias naturales es sólo eso: una versión posible de lo que realmente sucede ahí, afuera de nuestras cabezas.

Se trata, eso sí, de una versión especialmente confiable. Si no fuera así, las aplicaciones del conocimiento científico no tendrían el éxito que sin duda tienen. Compárense los éxitos del conocimiento científico aplicado como, por ejemplo, los antibióticos, las computadoras o la reciente misión espacial tripulada que lograron los chinos, con los de “ciencias” como la economía o, peor aún, las predicciones de los astrólogos, que no predijeron la caída de las torres gemelas, por ejemplo. (Claro, estoy suponiendo que la predicción es parte fundamental de toda ciencia, cosa discutible.)

Por otra parte, tampoco la representación que tenemos en nuestra mente del mundo real es estrictamente objetiva. Como explicó Rudomín, nuestros modelos mentales contienen, en mayor o menor medida, información que ha sido añadida por nuestro cerebro, y que no proviene del mundo externo. En casos extremos, podemos llegar a tener versiones del mundo que están totalmente desconectadas de lo que sucede afuera. Hablamos entonces de alucinaciones o de plano de psicosis.

Claro que existen versiones más relativistas acerca de la ciencia, que la ven como un sistema de creencias más. Pero incluso si las tomamos en cuenta, podemos al menos asegurar que la ciencia es un sistema especialmente convincente: todo mundo acepta la gran credibilidad del conocimiento científico, y es por eso que tantas seudociencias quieren parecerse a él. Por algo será.

En una reciente mesa redonda en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, titulada “La guerra de las ciencias”, en la que tuve el gusto de participar, se trató precisamente el tema de la profunda separación que existe entre ciencias naturales, por un lado, y ciencias sociales y humanidades, por el otro. Hoy tal división se ha convertido en una verdadera guerra, con los científicos más duros (de mollera) tratando de descalificar a los filósofos (a menudo calificados de “posmodernistas”), y éstos a su vez cuestionando la supuesta “objetividad” de las ciencias naturales.

Quizá si aceptáramos que tanto la ciencia como la historia, la filosofía, la sociología y tantas otras disciplinas simplemente generan versiones de la realidad, con mayor menor rigor o cercanía a lo que existe en el mundo físico, pero no por ello menos válidas, se podría llegar a mejores entendimientos. Incluso las seudociencias tienen cierta utilidad en contextos precisos (como formas de hallar sentido a la vida en situaciones desesperadas o confusas, por ejemplo, área en la que las ciencias naturales tienen poco que ofrecer). Finalmente la ciencia funciona también generando mitos... sólo que luego los compara con la realidad. Podríamos decir que la ciencia es literatura sometida a prueba.

Por cierto, el próximo miércoles 22, de 9 a 14:30, se llevará a cabo la segunda parte del simposio en El Colegio Nacional (Donceles 104, Centro). La entrada es libre.

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