martes, 31 de agosto de 2004

Ciencia, cerebro y ficción

Publicado en Milenio Diario, 31 de agosto de 2004

A Laura Lecuona, adorada editora y probable fan de ciencia ficción

La semana pasada apareció publicada en el periódico The Guardian una curiosa lista: 60 famosos científicos eligieron “Las diez mejores películas de ciencia ficción”.

La lista no resulta demasiado sorprendente. Está encabezada por Blade Runner, de Ridley Scott (1982), seguida por 2001, Odisea espacial, de Stanley Kubrick (1969), aunque mucha gente considera que el orden debió ser inverso.

El tercer lugar, extrañamente, lo ocupan La guerra de las galaxias y su segunda parte El imperio contraataca, de George Lucas (1977 y 1980), películas a las que muchos consideramos no de ciencia ficción, sino simplemente de aventuras.

Le siguen Alien, nuevamente de Ridley Scott (1979) y Solaris, de Andrei Tarkovsky (1972). El sexto lugar lo ocupan Terminator y su segunda parte T2: día del juicio, de James Cameron (1984 y 1991), seguidas de El día que la tierra se detuvo (también traducida como Ultimátum a la tierra), de Robert Wise (1951) y La guerra de los mundos, de Byron Haskin (1953).

Finalmente, el noveno y décimo lugares los ocupan Matrix, de Andy y Larry Wachowsky (1999) y Encuentros cercanos del tercer tipo, de Steven Spielberg (1977).

Con satisfacción me doy cuenta de que las he visto todas (algunas varias veces), excepto los filmes de Wise y Haskin, quizá porque ambos se estrenaron mucho antes de que yo naciera (soy de los que prefieren ver cine en el cine).

A propósito de la inclusión de La guerra de las galaxias en la lista, ya he comentado aquí por qué no creo que se trate de ciencia ficción (y no sólo yo: el mismo The Guardian comenta que los filmes de Lucas “entraron a la lista probablemente más por razones de nostalgia que de ciencia”). Simplemente, porque no sólo no contiene elementos científicos basados en lo que actualmente se conoce (más allá de postular un “hiperespacio” para explicar los viajes interestelares, o presentar robots), sino que además incluye elementos místicos, como la famosa “fuerza”, que nada tienen que ver con una visión científica del mundo.

Hace unos días una querida amiga me hizo notar que una película reciente, que mucho disfruté, puede también ser considerada como ciencia ficción, aunque no lo parezca. Se trata de la bella Eterno resplandor de la mente sin recuerdos, de Michel Gondry, con guión de ese genio llamado Charlie Kaufman y la controvertida actuación de Jim Carrey.

Más allá de lo fascinante del guión, en el que un científico ha descubierto la manera de borrar selectivamente los recuerdos dolorosos y lo ofrece a parejas separadas (¡quién no ha deseado, en algún momento de desamor, disponer de algo así!), y del mensaje cursilón del final, en el que el amor triunfa a pesar de todo, lo interesante de la cinta es que es perfectamente plausible.

En efecto: lo que hace el supuesto tratamiento es destruir selectivamente las neuronas (¿o serán las conexiones entre neuronas?) en las que están almacenados los recuerdos. Como dice el terapeuta, “estrictamente, se trata de daño cerebral”. Lo interesante es pensar lo que esto implica: nuestros recuerdos –y por extensión nuestras mentes y personalidades– no constan de nada más que del funcionamiento de nuestras células cerebrales y sus conexiones.

Esta visión contrasta con la idea más popular –y ciertamente más sencilla– de que el cerebro es sólo una especie de receptáculo que aloja a la mente (o alma, espíritu o como quiera usted llamarlo). Desgraciadamente, este punto de vista, conocido como dualismo, no sólo no explica nada (¿cómo funciona entonces la conciencia?), sino que requiere aceptar que existen entidades inmateriales, sobrenaturales, de las cuales nunca ha habido pruebas, y de cuya presencia nunca se ha necesitado hasta ahora en la investigación sobre el funcionamiento del cerebro y la mente.

Como toda buena ciencia ficción, Eterno resplandor... partiendo de lo que sabemos hoy, nos hace pensar acerca de los límites de nuestro conocimiento, y al mismo tiempo acerca de lo que somos... como toda buena ficción, finalmente no trata acerca de la ciencia, sino de seres humanos enfrentados a los panoramas que ésta nos revela.

Posdata: Curiosamente, The Guardian también hizo una encuesta entre científicos para elegir a los diez mejores autores de (libros de) ciencia ficción, sólo que esta lista, al parecer, no fue interesante para los medios.

De cualquier modo, para quien le interese, aquí van los diez nombres de estos autores seguidos del nombre de alguna de sus obras más conocidas. Cualquiera de ellas es garantía de calidad: Isaac Asimov (Fundación), John Wyndham (El día de los trífidos), Fred Hoyle (La nube negra), Philip K Dick (¿Sueñan los robots con ovejas eléctricas?, en la que se basó Blade runner), H. G. Wells (La guerra de los mundos, en la que se basó la película), Ursula K. Le Guin (La mano izquierda de la oscuridad), Arthur C. Clarke (autor de la novela 2001 Odisea espacial, luego de haber escrito con Kubrick el guión de la cinta), Ray Bradbury (Las crónicas marcianas), Frank Herbert (Dunas), y Stanislaw Lem (Solaris, novela en que se basó la cinta de Tarkovsky). Afortunadamente, de esta lista sólo me falta leer a Le Guin y a Hoyle (aunque ya compré La nube negra). ¡Provecho!

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martes, 10 de agosto de 2004

La verdad en los tiempos del Photoshop

Martín Bonfil Olivera
Milenio Diario, 10 agosto 2004

Mucha gente cree que los científicos se dedican a “resolver misterios”. La existencia de fantasmas, extraterrestres, ángeles o vida después de la muerte son temas favoritos. La verdad es menos emocionante: los científicos se dedican simplemente a averiguar cómo es y cómo funciona el mundo que nos rodea.

Más que acercarse a grandes misterios, lo que hacen los científicos es llegar al límite de lo conocido y empujarlo sólo un poquito más allá. La ciencia avanza un paso a la vez. Pero cuando se trata de un terreno por completo desconocido, la ciencia normalmente no tiene forma de iniciar la investigación. Por eso los “investigadores” que afirman haber resuelto grandes misterios no suelen ser muy confiables: son como un explorador que afirmara haber descubierto un nuevo continente; algo muy poco probable en esta época.

Hace poco recibí una fotografía misteriosa que me permitió hacer una modesta y satisfactoria investigación.

La foto, publicada en abril en el diario The New Nation, de Bangladesh, muestra a un par de arqueólogos que, aparentemente, están trabajando para desenterrar un esqueleto humano de tamaño gigantesco: ¡solamente el cráneo mide lo mismo que una persona adulta! La nota que acompaña a la imagen, firmada por Saalim Alvi, afirma que el esqueleto fue descubierto en una región del desierto del sudeste de Arabia Saudita llamada Rab-Ul-Khalee, o “el Cuadrante Vacío”, durante una excavación de la compañía Aramco en busca de gas.

La pregunta es: ¿debemos creer que, efectivamente, se descubrió tal esqueleto (y por tanto, comenzar a preguntarnos qué quiere decir un hallazgo de esa naturaleza respecto a la evolución humana)? O bien, ¿debemos suponer que se trata simplemente de una foto trucada y olvidarnos del asunto?

El sentido común recomienda lo segundo (todo mundo sabe que los gigantes no existen). Pero podríamos ser tachados de “dogmáticos”. ¿Qué tal si fuera cierto? The New Nation asegura que la excavación fue resguardada por el ejército saudita, que no deja pasar a nadie ajeno a Aramco, pero que la foto fue tomada desde un helicóptero militar y se filtró a la prensa.

El periódico afirma también que se trata de los restos del antiguo pueblo de Aad, una raza de gigantes mencionados en el Corán, que podían arrancar árboles usando sólo sus brazos, y que fueron destruidos cuando se volvieron “contra dios y el profeta”. La cuestión fue discutida en foros musulmanes de internet, donde se consideraba sí había que tomar la foto como confirmación del Corán.

Pero apliquemos el sentido común e investiguemos un poco (que es, precisamente, lo que hacen los periodistas, además de los detectives y los científicos). En primer lugar, ¿no es extraño que la foto no haya aparecido en la prensa internacional, y se difunda sólo en internet? Aunque, desde luego, podría ser un complot para ocultar la verdad.

Un poco de cultura científica nos hace dudar más profundamente. Existe algo llamado la “ley cuadrado-cúbica”, que explica que, cuando un objeto duplica su tamaño, su longitud se duplica, pero su área se cuadruplica (2 por 2) y su volumen (y por lo tanto su masa) se multiplica por ocho (2 por 2 por 2). De modo que, si el esqueleto fuera realmente el de un gigante, sus huesos tendrían que ser mucho más gruesos para poder soportar su peso (por la misma razón que las patas de un elefante son mucho más gruesas, en proporción, que las de una vaca. De hecho, es por esta misma razón que una hormiga o araña gigante, como las que aparecen en las películas, serían absolutamente incapaces de moverse, pues sus delgadas patas se quebrarían bajo su peso).

Quizá bastaría con los argumentos anteriores para decidir que la fotografía es falsa. Pero un convencido podría dudar, a pesar de todo. Afortunadamente, una búsqueda rápida en internet revela la fuente de la fotografía. Se trata, efectivamente, de una foto trucada utilizando el conocido programa Photoshop, herramienta esencial de cualquier diseñador gráfico.

La comunidad de usuarios avanzados de Photoshop es tan grande que incluso organizan sus propios concursos en internet. Un diseñador que se hace llamar IronKite envió la famosa foto a uno de esos concursos, titulado “anomalías arqueológicas”. Para crearla utilizó la foto de una excavación de un esqueleto de mamut en Hyde Park, Nueva York, que llevaba a cabo la Universidad de Cornell. El periódico simplemente borró la parte inferior, donde venía la firma del artista, y la circuló en internet (la historia completa puede hallarse en urbanlegends.about.com/library/bl_giant_skeleton.htm, y otros trabajos de IronKite en ironkite.smugmug.com/gallery/2823).

La moraleja es que, casi siempre, el sentido común puede confirmarse investigando en forma racional... al menos en casos “misteriosos” como éste. En palabras de IronKite, “estoy sorprendido con toda la atención que ha recibido esta pequeña foto, especialmente tomando en cuenta que nunca fue mi intención”. Aunque eso no evita que la gente crea en antiguos gigantes: en un foro musulmán de discusión, un usuario sentencia: “Respecto al creador de esta falsificación, que Alá lo perdone”.
comentarios: mbonfil@servidor.unam.mx