miércoles, 23 de noviembre de 2005

Ciencia, Estado e Iglesia

La ciencia por gusto - Martín Bonfil Olivera

Ciencia, Estado e Iglesia

Noviembre 23, 2005

Ya cansa el lugar común: “Al César lo que es del César...” Pero las relaciones entre las iglesias -en particular, en países como el nuestro, la católica- y otras poderosas instituciones sociales, como el Estado o la ciencia, siguen provocando polémica.

Es notoria, por ejemplo, la enérgica campaña que El Vaticano está impulsando en toda Iberoamérica con el fin de recuperar presencia pública y poder político. En México, las constantes declaraciones de los jerarcas en el sentido de que “defenderán el derecho de la Iglesia a opinar”, de que efectuarán talleres de voto –acercándose peligrosamente a la línea violatoria de la ley– o de que “es necesario que la Iglesia cuente con medios de comunicación masiva”, muestran que están en pie de lucha.

Paralelamente al tema electoral, otro frente en que tradicionalmente la Iglesia ha intentado obtener más espacios es el educativo. La propuesta de incluir clases de religión (¿sólo de la católica?) en las escuelas públicas puede resultar inquietante en un Estado laico. ¿Conviene basar la enseñanza en creencias religiosas o en el conocimiento científico? Afortunadamente la Constitución, en su artículo tercero, es clara: la educación que imparta el Estado “será laica y, por tanto, se mantendrá por completo ajena a cualquier doctrina religiosa”. Y no olvidemos que los puntos de vista del catolicismo con frecuencia se contraponen diametralmente con los de la ciencia, sobre todo en temas como clonación, aborto, anticoncepción, eutanasia, terapia genética y con células madre... Podemos felicitarnos de que lo que en nuestro país se esté discutiendo moderadamente sea la posibilidad de incluir la religión en la escuela, mientras que en España hay movilizaciones masivas y declaraciones agresivas en contra de que las clases de religión ¡dejen de ser obligatorias!

El tema puede discutirse, claro. Al respecto, es interesante contrastar con lo que sucede en Estados Unidos, donde la derecha fundamentalista –en este caso, protestante– ha logrado una penetración brutal en el sistema educativo. Su triunfo más notorio es la inclusión de la teoría seudocientífica del diseño inteligente (la vieja idea creacionista de que es imposible que surjan estructuras adaptativas complejas como las que presentan los seres vivos sin la intervención de un diseñador) en el currículum de las escuelas en Kansas.

Recientemente la revista Science le solicitó al biólogo Antonio Lazcano Araujo, profesor de la Facultad de Ciencias de la UNAM y reconocido especialista en origen de la vida, un texto sobre la enseñanza de la Evolución en México. En él, Lazcano comenta lo sorprendente que resulta para muchos estadunidenses que en un país tradicionalmente católico como México la teoría darwinista de la evolución por selección natural no sea, como en el suyo, fuente de constantes debates y discusiones.

Para encontrar la respuesta al aparente dilema, Lazcano explora la historia de la biología evolutiva en México: lejos de crear conflicto, la enseñanza de la evolución cuenta con una gran tradición en nuestro país. Muestras de ello son los trabajos del famoso naturalista don Alfonso L. Herrera, a principios del siglo XX; los murales de Diego Rivera, que muestran a Charles Darwin, y la moderna enseñanza de la evolución (y de las teorías sobre el origen de la vida, consecuencia del pensamiento darwinista) como parte de todas las carreras de biología.

Lazcano atribuye la ausencia de oposición a la enseñanza de la Evolución en México a características propias del catolicismo, que a diferencia de muchas doctrinas protestantes, no exige una interpretación literal de la Biblia. Sin embargo, se preocupa de que la creciente penetración del protestantismo en nuestro país provoque conflictos como los que viven los Estados Unidos.

Nuestra Constitución especifica que el criterio que orientará a la educación pública “se basará en los resultados del progreso científico, luchará contra la ignorancia y sus efectos, las servidumbres, los fanatismos y los prejuicios”. Ante las muchas veces razonables exigencias de libertad religiosa, habrá que defender una distinción clara entre creencias religiosas y conocimiento científico. Como concluye Lazcano en su artículo, habrá que buscar la manera de dar al César lo que es del César, a dios lo que es de dios... y a Darwin lo que es de Darwin.

mbonfil@servidor.unam.mx

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