miércoles, 16 de noviembre de 2005

La batalla contra la credulidad

La ciencia por gusto
Martín Bonfil Olivera

La batalla contra la credulidad

16-noviembre-05

La ciencia podría quizá definirse como una lucha constante contra la credulidad.

En efecto: aunque el ideal de objetividad ha sido abandonado por la mayoría de los filósofos de la ciencia –aunque no necesariamente por los científicos mismos–, el pensamiento científico se ha caracterizado siempre por un compromiso con la realidad: la convicción de que mediante la investigación rigurosa puede conocerse algo acerca de cómo es el mundo que nos rodea. Al mismo tiempo, el científico reconoce que puede engañarse, y hace todo lo que esté a su alcance para evitarlo.

El credo de los científicos es precisamente que gracias a este compromiso escéptico, base del llamado método científico (no confundir con la receta de cocina que se enseña en las escuelas), la ciencia evita ser autocomplaciente y se ha convertido en nuestra forma más confiable y poderosa de obtener conocimiento sobre la naturaleza.

Sin embargo, el método científico moderno, con sus mecanismos autocorrectores, es resultado de un continuo proceso histórico que ha durado siglos (de hecho, según algunos filósofos, es continuación de una evolución que puede rastrearse a la aparición de los primeros seres vivos, que ya requerían, para sobrevivir, de información confiable sobre su entorno). Pero no es fácil ser riguroso, y a veces cuesta trabajo abandonar el pensamiento cotidiano, en el que caben suposiciones infundadas como la de que basta con desear algo para que ocurra.Es precisamente gracias a este tipo de "pensamiento esperanzado" (whishful thinking), entre otras cosas, que los profesionales de la credulidad pueden medrar, vendiendo no sólo ilusiones, sino defraudando a sus clientes al ofrecerles, por supuesto siempre mediante un pago, pociones, talismanes, conjuros y demás métodos que supuestamente garantizan el fácil cumplimiento de sus deseos.

Y precisamente por ello es loable la reciente iniciativa de la Cámara de Senadores de aprobar, la semana pasada, un punto de acuerdo en que se solicita que la Secretaría de Gobernación informe sobre la abundante publicidad que videntes, adivinos, psíquicos y curanderos y demás fauna presentan en los medios, y de las medidas que se están tomando para retirarla. Con ello se aborda un viejo problema: que los servicios que ofrecen estos personajes constituyen una forma de fraude (según el artículo 387 del Código Penal).La iniciativa quizá provoque un debate sobre el derecho que tienen estas personas a mantener sus creencias. Desde luego, el problema no es ese, sino que lucren con ellas para engañar a los ciudadanos, muchas veces impidiendo incluso que recurran a verdaderos especialistas para buscar solución a problemas de salud, familiares, psicológicos, económicos o de trabajo. (Alguna vez una astróloga se molestó por un comentario que hice en este espacio: afirmaba que al decir que la astrología es una seudociencia le causaba yo un perjuicio profesional... Tal vez. Pero no tendría ese problema si vendiera un producto legítimo.)

La situación de la ciencia en México no es óptima: hemos sido calificados negativamente en evaluaciones internacionales, y las metas prometidas de aumentar la inversión en ciencia hasta llegar al 1 por ciento del Producto Interno Bruto se han convertido, predeciblemente, en una disminución desde el 0.42 hasta un 0.33 por ciento para el año próximo. Si quisiéramos tener alguna oportunidad de que nuestro país salga del subdesarrollo habría que fomentar el crecimiento de un verdadero y vigoroso sistema científico-tecnológico-industrial.

Y sin embargo, al compararnos con nuestro poderoso vecino del norte, podemos tener alguna esperanza. En Kansas las corrientes religiosas más retrógradas logran imponer la enseñanza de dogmas religiosos (el creacionismo travestido de diseño inteligente) como parte de los cursos de biología evolutiva, lo cual hace pensar que peligra el futuro de esa nación como líder en ciencia y tecnología. Congratulémonos de que, al menos, los legisladores mexicanos todavía sean capaces de distinguir el verdadero pensamiento científico de las charlatanerías y seudociencias que, como dice el punto de acuerdo del Senado, “lucran con la ignorancia o la desesperación de la gente por solucionar sus problemas de una manera fácil”. Enhorabuena por la medida; ojalá se materialice en acciones concretas.

mbonfil@servidor.unam.mx

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