miércoles, 29 de noviembre de 2006

Únicos e irrepetibles

Martín Bonfil Olivera
Milenio Diario, 29 de noviembre de 2006

La ciencia, pese a sus virtudes, causa desconfianza. Aparte de consecuencias indeseadas (como la contaminación) o deseadas (como la tecnología bélica), el recelo proviene también del miedo a conocer más de lo que quisiéramos.

Los recientes avances en genética y genómica, por ejemplo, parecen amenazar con deshumanizarnos. Cada vez que se descubren genes relacionados con la susceptibilidad a una enfermedad, o peor aún, con algún rasgo de comportamiento, el libre albedrío del que tanto nos vanagloriamos los Homo sapiens amenaza con desvanecerse casi como Fox y su gobierno.

Cuando se anunció que, a nivel de la información contenida en el genoma humano, somos idénticos a los chimpancés en alrededor de 99%, y que dos personas cualesquiera lo son en un 99.9%, pareció que la individualidad se esfumaba. La dictadura de los genes no sólo nos condenaba a un destino de enfermedades inevitables, sino a ser casi unos clones sin personalidad.

Por supuesto, tal visión no sólo es tremendista, sino desinformada. Para reforzar nuestra confianza no de género, sino de especie, un reciente estudio publicado en Nature (23 de noviembre), y puntualmente reporteado en MILENIO Diario al día siguiente, revela que, dependiendo de cómo se lea, la variabilidad del genoma humano se puede elevar a un 12%.

A diferencia de un libro, el genoma es un texto dinámico. Hay fragmentos de información que pueden existir en una, dos o múltiples copias, o bien estar ausentes. Esta “variabilidad en el número de copias”, antes no considerada, fue lo que estudió Matthew Hurles, del Instituto Sanger en Inglaterra, y un equipo multinacional.

Con datos de 270 individuos africanos, asiáticos y europeos, encontraron casi mil 500 regiones del genoma con número de copias variable. No todas son diferentes entre todas las personas; aun así, los investigadores calculan que el porcentaje promedio de genes idénticos desciende a sólo 99.5%.

Buenas noticias para la autoestima, y mejores para nuestra salud: la variabilidad individual permitirá diseñar tratamientos médicos personalizados que tomen en cuenta, por ejemplo, cuántas copias de un gen relacionado con alguna enfermedad tiene cada paciente.

El genoma puede leerse de varias maneras, no sólo biológicamente, sino también en cuanto a sus consecuencias en la esfera humana. Habrá que aprender a leerlo correctamente.

miércoles, 22 de noviembre de 2006

¿Ciencias económicas?

Martín Bonfil Olivera
Milenio Diario
22 de noviembre de 2006

La semana pasada murió Milton Friedman, el llamado gurú del neoliberalismo económico, que en 1976 recibió el Premio Nobel de Economía (o, más propiamente, de “ciencias económicas”).

Las ciencias son nuestras fuentes más confiables de conocimiento, si no totalmente objetivo, al menos preciso y confiable, sobre la naturaleza. Leyes como las que nos revela la física no dependen de que nos guste o no que las cosas sean así. ¿Qué tan científica, en este sentido, es la economía?

Entre las mismas ciencias naturales la exactitud y el poder de predicción varían. La física es la más exacta y predictiva. Y aunque lo logra gracias a que asume simplificaciones extraordinarias para formular sus modelos, lo cierto es que nos permite poner objetos en órbita o hacerlos aterrizar en astros lejanos con precisión milimétrica.

Con la química, las cosas comienzan a cambiar: los sistemas se vuelven mucho más complejos, y aunque la exactitud es alcanzable, el poder de predicción se reduce: hay que probar para ver qué pasa. Y peor con la biología: los sistemas vivos, en su increíble complejidad, resultan prácticamente imposibles no sólo de predecir, sino incluso de definir con alta precisión.

Las ciencias médicas –rama de las biológicas– no son ajenas a esta complejidad: por eso es tan difícil para un médico asegurar que un tratamiento será efectivo. Y sin embargo, seguimos confiando más en la medicina científica que en los curanderos o en la magia, y por muy buenas razones.

Pero la economía es otro asunto. No dudo que los estudios de los economistas sean rigurosos, pero las predicciones que logran normalmente dejan mucho que desear. (Por cierto, el de economía no es uno de los premios originales de Alfred Nobel: fue establecido en 1968 por el Banco de Suecia.)

Cuando leo a un columnista ex-perto en economía hablar de “la inmensa sabiduría del mercado”, o cuando leo (MILENIO Diario, 17 de noviembre) que las Confederaciones de Cámaras Industriales y Patronal buscan eliminar en nuestro país derechos laborales como el aguinaldo, las primas vacacionales y el reparto de utilidades con el pretexto de que “inhiben la inversión extranjera”, me pregunto si las teorías de Keynes, hoy tan criticado, eran realmente menos “correctas”, o si debemos aceptar el actual neoliberalismo salvaje sólo porque resulta más “científico”, a pesar de los daños que cause al nivel de vida de los ciudadanos.


miércoles, 15 de noviembre de 2006

Científicos comprometidos

Martín Bonfil Olivera

Milenio Diario
15 de noviembre 2006

El 8 de noviembre se presentó en público la Unión de Científicos Comprometidos con la Sociedad (UCCS). Según su página en la red (www.-unionccs.org), busca “construir un espacio interdisciplinario e ideológicamente plural para discutir desde una perspectiva académica acerca de la ética científica y la responsabilidad social de la ciencia, así como su papel en políticas públicas que garanticen equidad, justicia social y sustentabilidad”.

La iniciativa, comentada ayer aquí por Arturo Barba, es interesante y esperanzadora. Pero no porque se busque que la ciencia “sirva para algo”, como comentara alguien en la ceremonia, o porque los científicos deban “retribuir con algo lo mucho que reciben de la sociedad”, como comenta Arturo.

En mi opinión, la ciencia (la buena, la bien hecha) sirve sólo para una cosa: entender la naturaleza. Aunque el conocimiento que produce puede a veces aplicarse de forma peligrosa o inaceptable, la sociedad invierte en ciencia porque valora los innumerables beneficios que genera.

Hay quien quisiera hacer más eficiente la producción de conocimiento científico, o enfocarlo a problemas particulares. Pero hay sólo una manera de hacer ciencia: en forma diversa, libre. Es esta exploración un tanto azarosa e ineficiente de las posibilidades la que permite toparse con descubrimientos (aunque también con peligros) insospechados.

La decisión de algunos científicos de organizarse para ir más allá de la labor de investigación y ocuparse de las repercusiones de su actividad (sociales, ambientales, económicas, éticas y de otros tipos) habla no de un intento por justificar su existencia, sino de una conciencia de la importancia que la ciencia —y la opinión experta de la comunidad científica— debe tener en la sociedad actual.

Ayer, el subsecretario para la pequeña y mediana empresa de la Secretaría de Economía, Alejandro González (El Financiero, 14 de noviembre) declaró que “la Secretaría de Economía es la que debería dirigir los destinos de la nación en materia de innovación y desarrollo tecnológico”, opinión que se ha interpretado como una invitación a “tomar las riendas del Conacyt”.

Ante el peligro de confundir la investigación científica con la mera producción de patentes para la industria, la decisión de los científicos de manifestarse y hacer propuestas realistas sobre los problemas de la sociedad no podría ser más oportuna.

miércoles, 8 de noviembre de 2006

¡La ciencia no es magia!

Martín Bonfil Olivera

Milenio Diario
8 de noviembre de 2006

Es curioso ver simultáneamente en cartelera a dos películas que hablan de magia pero que, a diferencia de Harry Potter, recurren constantemente a la ciencia y la técnica.

Una es El ilusionista, con Edward Norton, en la que una trama barroca pero bien lograda permite vislumbrar cómo con elaborados trucos de magia se logra realizar un amor imposible.

La otra es El gran truco (The prestige), de Christopher Nolan, en la que dos magos, interpretados por Hugh Jackman y Christian Bale, compiten por perfeccionar “El hombre transportado”, truco que consiste en la “teletransportación” del mago a través del escenario.

La película es muy recomendable, y no vendo mucha trama si comento que uno de los puntos centrales es la alternativa entre esce-nificar el truco usando un doble (lo que hace uno de los magos) o hacer magia “real”.

Lo curioso es que, al explorar esta última posibilidad, el mago Angier (Jackman), en un intento por igualar el logro de su rival Borden (Bale), recurre a la ciencia: parte a Colorado para visitar al misterioso genio de la electricidad: Nikola Tesla (¡interpretado por David Bowie!), con la esperanza de que su ciencia logre hacer realidad la ansiada teletransportación.

El serbio Tesla (1856-1943) es considerado uno de los máximos inventores de la historia. Inventó la bobina de inducción (y con ella el motor de corriente alterna, que revolucionó la industria), exploró la transmisión inalámbrica de corriente y generó tal cantidad de avances tecnológicos que se convirtió en leyenda. Su conocida rivalidad con Edison, quien favorecía el uso de la corriente directa (Tesla apoyaba la corriente alterna) aparece (exagerada) en la cinta.

Desgraciadamente, la película (y la novela de Christopher Priest en que se basa) tiene un lamentable tropiezo: presentan a Tesla como capaz de hacer milagros (la teletransportación que no han logrado los físicos actuales usando tecnologías mecano-cuánticas). Con ello el personaje de Tesla, cuya cuidadosa construcción histórica es en todo momento plausible (incluso la escena donde se encienden cientos de focos clavados en el suelo, sin cables que los alimenten, fue real) se convierte en un típico inventor de fantasía, capaz de lograr todo.

Lástima. La ciencia, en novelas y cine, sigue siendo vista más como magia que como lo que es: una exploración que, aunque no logra lo imposible, ensancha constantemente el límite de lo posible.

miércoles, 1 de noviembre de 2006

¿Por qué no?

Milenio Diario
1o de noviembre, 2006

Discriminación: monstruo de múltiples cabezas. Afortunadamente, y contra quienes piensan que la humanidad no tiene remedio, el siglo pasado se avanzó mucho en la lucha contra la desigualdad y el maltrato hacia las minorías.

Hoy el tema de las sociedades de convivencia, que permiten el reconocimiento legal de vínculos entre personas del mismo sexo (y entre cualesquiera dos personas que decidan formar un hogar común, incluso por razones no sentimentales) vuelve a la primera plana. La Ley de Sociedades de Convivencia será discutida próximamente, y ante ello se levanta la voz de la jerarquía católica, que advierte del supuesto peligro que esta ley representa para la institución familiar.

No es extraño; el Vaticano ha insistido largamente en que las uniones entre homosexuales son “antinaturales y aberrantes”. Así lo declaró Hugo Valdemar, vocero del Arzobispado de México (MILENIO Diario, 30 de octubre), mientras amenazaba con que los católicos podrían salir a las calles para manifestar su oposición.

Nunca se han presentado argumentos convincentes para justificar esta postura. ¿Por qué o cómo una familia formada por dos personas del mismo sexo y reconocida por la sociedad pondría en riesgo cualquier otro tipo de unión familiar? La postura católica radical muestra, simplemente, afán de discriminar; de que los homosexuales sigan siendo considerados, si no ya enfermos, sí “desviados”, y por tanto ciudadanos de segunda.

Pero la homosexualidad no es antinatural: se presenta en todo tipo de animales, desde aves hasta mamíferos. Cabría cuestionar, en cambio, si hay algo más antinatural que el voto de castidad de los sacerdotes católicos. ¿No influirá esta distorsión de los instintos en el alto número de delitos sexuales en que resultan implicados?Parafraseando la campaña bancaria, y analizando críticamente los argumentos contra las sociedades de convivencia, convendría que los ciudadanos nos preguntáramos sin prejuicios: ¿por qué no?

¡Mira!

Afortunadamente, y a pesar de quienes defienden la discriminación, la igualdad de derechos para las minorías sexuales avanza. La autora Marina Castañeda se sorprende en su reciente libro La nueva homosexualidad (Paidós, 2006) de lo mucho logrado en poco tiempo, y analiza los retos en el futuro inmediato: matrimonio gay, homoparentalidad, homofobia y perspectivas a largo plazo para parejas del mismo sexo. Una lectura necesaria.