miércoles, 25 de febrero de 2009

La ciencia no importa

por Martín Bonfil Olivera
Publicado en
Milenio Diario, 25 de febrero de 2009

La economía es un sistema darwiniano. Pero cuando los economistas neoliberales hablan de “los principios del libre mercado” como si de leyes naturales se tratara, olvidan que la economía no es un sistema natural, sino humano, y que por tanto debe estar sujeta a una ética.

Darwin explicó cómo lo natural es que sobrevivan los más aptos, y los ineptos se extingan. No obstante, los humanos escogemos conscientemente ir contra la selección natural y dar lentes a los miopes e insulina a los diabéticos. No porque sea “natural”, sino porque es humano. En economía importa recordarlo antes de tomar decisiones basadas sólo en el interés monetario.

Un caso claro es la grave crisis que afecta actualmente al periodismo científico. El periodismo, además de ser negocio, tiene una función social fundamental para la democracia, que es la que le da sentido: proporcionar al ciudadano información que le permita formarse opiniones y tomar decisiones (si no, mejor vender donas, negocio más fácil y seguro).

El periodismo científico, en particular, democratiza la ciencia y permite que ciudadanos comunes, no sólo científicos y funcionarios, participen de sus descubrimientos y se involucren en decisiones que pueden tener graves efectos sociales y ambientales.

Pero la crisis económica global ha ocasionado que numerosos medios en el mundo reduzcan sus espacios de ciencia. Destaca especialmente el caso de la cadena CNN, que en diciembre pasado despidió a la plantilla completa (siete personas) de su unidad de ciencia, tecnología y ambiente.

En México, la semana pasada el diario Reforma decidió eliminar su página de ciencia. No despedirá a sus reporteras, y asegura (como CNN) que seguirán apareciendo notas de ciencia distribuidas en distintas secciones del diario, pero “el elevado precio del papel” los obliga a hacer recortes.

Reforma había ya cancelado su excelente suplemento de libros, Hoja por hoja. En tiempos de crisis, la ciencia —y la cultura— todavía no importan. Desgraciadamente, los medios carecen aún de la perspectiva científica: a corto plazo los recortes pueden justificarse; a la larga, es una cultura científica y técnica en todos los ciudadanos lo que puede sacar a un país de las crisis económicas recurrentes. Malas noticias. Qué lástima.

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miércoles, 18 de febrero de 2009

¿Darwin, equivocado?

por Martín Bonfil Olivera
Publicado en
Milenio Diario, 18 de febrero de 2009

Un lector amable pero acucioso se preocupa porque, leyendo lo que varios divulgadores hemos publicado sobre el pensamiento y la obra de Charles Darwin, y comparándolo con lo que él dice en sus obras El origen de las especies y El origen del hombre, encuentra discrepancias.

Le angustia que diversos pasajes de Darwin parecen expresar la superioridad del ser humano respecto a los demás seres vivos, y su descendencia a partir del mono (lo cual es erróneo: hombre y mono descienden de un mismo ancestro, no uno del otro, y las especies pueden estar mejor o peor adaptadas a su ambiente, pero no puede hablarse de superioridad en términos absolutos).

Aunque Darwin no dijo eso, sí escribió cosas que hoy sabemos erróneas. En parte porque en sucesivas ediciones incorporó cambios como concesión a las críticas de pensadores religiosos, cambios que confundieron en algunos conceptos.

Por otro lado, en los 150 años desde que se publicó El origen, el conocimiento avanzó mucho. No se conocía el mecanismo de la herencia, clave en su teoría de la evolución por selección natural. A falta de algo mejor, él propuso una hipótesis (la pangénesis) para explicarla; se equivocó. El mecanismo correcto —los genes— fue descubierto por el monje Gregor Mendel casi en la misma época en que Darwin publicó su libro, pero fue olvidado y no fue redescubierto sino hasta 1900.

La genética se incorporó a la teoría darwiniana para dar origen a la genética de poblaciones, y la modernización de la teoría evolutiva continuó en los años 30 y 40 hasta la actual “síntesis moderna” o teoría sintética de la evolución.

No debe sorprender hallar en los textos de Darwin ideas que suenan erróneas: como cualquier teoría científica, la suya se ha corregido, refinado y profundizado. Si Darwin leyera un libro moderno de biología evolutiva, quedaría sorprendido pero no se molestaría: estaría feliz de ver que, lejos de tomarse como dogma inamovible, sus ideas han sido parte del proceso evolutivo que da a la ciencia su poder no de encontrar verdades absolutas, sino de generar teorías en constante cambio que buscan describir de la mejor manera posible el mundo natural.

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miércoles, 11 de febrero de 2009

¡Un brindis por Darwin!

por Martín Bonfil Olivera
Publicado en
Milenio Diario, 11 de febrero de 2009

Mañana es el gran día. Celebraremos que hace 200 años nació Charles Robert Darwin. Cincuenta años más tarde publicaría Sobre el origen de las especies por medio de la selección natural, o la preservación de las razas favorecidas en la lucha por la existencia, libro que convirtió a la biología en una ciencia hecha y derecha, al proporcionar el espinazo conceptual que da sostén y sentido a la totalidad del conocimiento biológico.

Celebramos al hombre, pero se debe celebrar también la idea (que tuvo también otro hombre, Alfred Russell Wallace, quien lamentablemente no recibirá homenajes: la historia sólo recuerda primeros lugares, no segundos).

La gran idea de Darwin —la selección natural como mecanismo que permite que las especies cambien, adaptándose a su ambiente— ha resultado, en estos 150 años, bastante polémica. Ello se debe a que tiene tres problemas de relaciones públicas.

En primer lugar es una idea que, aunque simple —los mejor adaptados heredan sus ventajas a sus descendientes, que van predominando en la población—, resulta antiintuitiva. La selección permite que los cambios ventajosos, producidos al azar y heredados de padres a hijos, se acumulen. El proceso reiterado de variación-selección produce, con el tiempo, diseños que parecen producto de una inteligencia. Cuesta trabajo aceptar que creaciones tan complejas como el ala de un ave o el cerebro —y la mente— humanas sean resultado de un mecanismo ciego.

En segundo lugar, la idea de Darwin es naturalista: a diferencia de la religión, proporciona una explicación completamente natural —casi mecánica— para la maravillosa variedad y las sorprendentes adaptaciones de los seres vivos. Renunciar a una explicación simple y reconfortante (la creación por un ser superior) y sustituirla por un proceso natural puede verse como una amenaza a la fe religiosa. Quizá lo sea.

Finalmente, la idea de Darwin es poderosa. Es aplicable no sólo en biología, sino en economía, computación, estudios culturales, medicina, química, ingeniería, sociología, filosofía… No en balde ha sido descrita como “peligrosa”.

Sin embargo, pese a las reticencias, la importancia de esta idea es hoy innegable, y sus aplicaciones cada día más importantes. Por ello, bien merece Darwin que mañana brindemos en su memoria. ¡Salud!

(Ilustración: tomada del blog El cerebro de Darwin)

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miércoles, 4 de febrero de 2009

Experimento mortal

por Martín Bonfil Olivera
Publicado en
Milenio Diario, 4 de febrero de 2009

Nada más terrible que una muerte inútil. El pasado 27 de diciembre se anunció la de Christine Maggiore, destacada activista norteamericana a favor de una idea tan absurda como peligrosa: que el sida no es causado por un virus ni es contagioso.

Los llamados negacionistas del sida parten de las conjeturas de varios supuestos expertos entre los que destaca Peter Duesberg, biólogo molecular que sacrificó su importante reputación al convencerse, contra toda evidencia y la opinión de prácticamente todos los expertos en sida del mundo, de que la causa del sida no es el VIH, sino la desnutrición o el uso de drogas.

Maggiore descubrió que era seropositiva en 1992; en 1994, al conocer las ideas de Duesberg, se convirtió en activa promotora del negacionismo. Fundó la organización Alive & Well, dedicada a “presentar información que cuestiona la exactitud de las pruebas de VIH, la seguridad y efectividad de los tratamientos farmacológicos contra el sida, y la validez de la mayoría de los supuestos comunes sobre el VIH-sida”.

Quizá lo que produce la convicción fanática de muchos negacionistas sea la natural tendencia humana a negar lo desagradable, combinada con la esperanza de que lo que muchos consideran —erróneamente, con los tratamientos actuales— una condena a muerte esté equivocada.

Maggiore llevó su fanatismo al extremo de ignorar, cuando se embarazó, las recomendaciones de tomar medicamentos antirretrovirales para prevenir la transmisión del virus a su futura hija, Eliza. Luego se negó a practicarle pruebas de VIH. En 2005, a los tres años, Eliza murió debido a una neumonía por Pneumocystis jiroveci (antes conocido como P. carinii), hongo que típicamente causa neumonía en pacientes con sida.

Maggiore continuó negando el sida y logró esquivar las complicaciones legales de su criminal negligencia. Su muerte en diciembre se debió, también, a neumonía por P. jiroveci. Sus amigos negacionistas, no obstante, insisten en que “su legado perdurará”.

Irónicamente, Maggiore puede haberle hecho un servicio a la ciencia: mediante los dos desafortunados experimentos que hizo, a un costo mortal, confirma que la realidad del sida no depende de nuestras creencias. Pese a su obstinada ceguera, los negacionistas no podrán seguir usando a Maggiore como prueba para descalificar el conocimiento científico sobre el sida.

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