miércoles, 21 de mayo de 2014

¡El sexo sí importa!

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 21 de mayo  de 2014

Contrariamente a lo que se piensa, la característica más poderosa del método científico no es casi nunca equivocarse, sino reconocer cuando lo hace, lo que le permite corregir sus errores.

Un caso reciente lo demuestra: en un artículo publicado el 28 de abril pasado en edición digital de la revista Nature Methods, Robert Sorge y un equipo de investigadores del equipo comandado por Jeffrey Mogil, de la Universidad McGill, de Montreal, Canadá, plantea un descubrimiento que muy probablemente cambiará drásticamente la manera en que se hace la investigación biomédica en todo el mundo.

El artículo se titula “La exposición olfatoria a machos, incluyendo hombres, causa estrés y analgesia relacionada con éste en roedores”.

¿Qué quiere decir esto? Vayamos por partes. En primer lugar, como se deduce del título, es bien sabido que la respuesta de estrés en mamíferos tiene, entre otros efectos, el de reducir la sensibilidad al dolor (analgesia; es por eso que muchas veces las personas heridas en un accidente o en batalla pueden no sentir hasta después el dolor de sus heridas, y tener comportamientos que calificamos de “heroicos”).

Este fenómeno se debe en gran parte a que el mamífero percibe el olor de ciertas sustancias (feromonas) que producimos los machos de todas las especies de mamífero (en especial, en humanos, en nuestras axilas), y que tienen funciones relacionadas con la agresión y la reproducción. En particular, es lógico que el percibir las hormonas de un macho cercano, incluso de una especie distinta, cause estrés en un mamífero, pues se puede tratar de un competidor o un depredador (en mamíferos, los machos suelen ser más agresivos que las hembras, aunque hay excepciones). El efecto analgésico del dolor permitiría, además de no demostrar debilidad ante el posible agresor, combatir o huir de él.

Pues bien: los estudiantes de Mogil descubrieron que en experimentos en los que se inyectaba una sustancia que causaba dolor en las patas de ratas y ratones, los resultados parecían variar dependiendo de la presencia de los experimentadores humanos. (De hecho, Mogil y otros en todo el mundo ya estaban sospechando que la simple presencia de experimentadores al
tera la respuesta de los animales experimentales en pruebas preclínicas.) Al analizar con más cuidado los datos, decidieron separarlos según el sexo de los investigadores. El resultado fue sorprendente: ¡los roedores parecían sentir un 36% menos de dolor en presencia de hombres que de mujeres! (medido según una “escala de muecas de dolor” bastante confiable, desarrollada y validada por el mismo equipo de investigadores).

Mogil y su equipo confirmaron que el efecto se presentaba también al dejar junto a los roedores camisetas sucias de estudiantes hombres y mujeres. Definitivamente, las feromonas masculinas alteran la respuesta al dolor de ratas y ratones (el efecto es ligeramente mayor en roedores hembras).

¿Significa eso que habrá que repetir todos los experimentos que se han realizado con ratas y ratones? No necesariamente, pero sí habrá que reanalizar los resultados de algunos, y definitivamente habrá que cambiar la manera como se realizan los estudios en el futuro. Mogil sugiere que el efecto puede anularse simplemente con que el investigador varón permanezca cerca de los animales durante un rato antes de comenzar el experimento, pues la respuesta al estrés disminuye después de un tiempo relativamente breve.

Pero el efecto del sexo en ciencia va más allá: se ha descubierto también que el sexo de los animales, e incluso el de las células in vitro con las que se experimenta, puede influir en los resultados. Algo que nunca se había considerado: normalmente ese dato no se reportaba, y la gran mayoría de los experimentos solían hacerse usando machos (entre otras cosas, para evitar posibles complicaciones debidas al ciclo menstrual de las hembras) o células derivadas de éstos. Lo mismo ocurría con muchas pruebas clínicas en humanos, a pesar de que cada vez es más claro que muchos tratamientos afectan de forma distinta a mujeres y a hombres.

En vista de todo esto, los Institutos Nacionales de Salud (NIH) de los Estados Unidos están proponiendo desde ya cambios drásticos: además de requerir que se equilibre el uso de animales hembras y machos en los protocolos experimentales, se exhorta a que los artículos reporten el sexo de los experimentadores, y que el diseño de los experimentos tome en cuenta el efecto del estrés olfatorio causado por investigadores varones. Incluso, los NIH planean ofrecer por un tiempo becas complementarias para investigaciones en curso, con el propósito de permitir que se realicen experimentos adicionales con animales del sexo opuesto al de los que se estaban usando, para corregir el recién descubierto sesgo.

¿Quién hubiera pensado que el sexo del investigador pudiera afectar un resultado? ¿Cómo sabemos que no influyen también el clima, el tipo de ropa que se usa o el color de las paredes del laboratorio (para usar ejemplos típicos mencionados en los libros introductorios de filosofía de la ciencia)? El caso de los roedores muestra una vez más que, lejos de observar imparcialmente la realidad y a continuación formular hipótesis para explicarla, los científicos suelen traer ya de antemano una cantidad de suposiciones previas que aplican desde antes de comenzar a recopilar datos (en este caso, qué variables son relevantes y cuáles no para un experimento dado).

Mi colega Javier Flores, en La Jornada, describía ayer martes lo que está ocurriendo como una revolución en la biomedicina (del tipo de las que tan bien describió el filósofo e historiador Thomas Kuhn en su clásico La estructura de las revoluciones científicas). Yo añado que, una vez más, queda claro que en ciencia no estudiamos la realidad objetivamente, sino sólo una parte de ésta que seleccionamos, a nuestro pesar, en gran parte arbitrariamente.

Por eso es tan importante la capacidad de la ciencia para ir corrigiendo sus propios sesgos y errores. Es gracias a ella que la ciencia sigue siendo, sin duda, la herramienta más poderosa con que contamos para estudiar esa realidad y obtener conocimiento confiable sobre ella; conocimiento que siempre puede, no obstante, ser mejorado.

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1 comentario:

Luis Martin Baltazar Ochoa dijo...

Muy interesante articulo, la complejidad de las variables, mas para los que solo somos aficionados a la ciencia, llama la atencion. Pero, que bueno darse c uenta de un sesgo que no lo parecía.
Saludos.