miércoles, 24 de febrero de 2016

Luces y sombras en la divulgación científica

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 24 de febrero de 2016

Toda sociedad que aspire a ser moderna y realmente democrática debe garantizar a sus ciudadanos el acceso a la educación y a la cultura. Pero no sólo a la cultura popular, a la formación cívica y a las artes y humanidades. También a ese singular producto del intelecto humano que llamamos ciencia.

La cultura científica no se reduce al conocimiento de temas de ciencia; abarca también el método que le permite producir dicho conocimiento, y que no es más que un refinamiento del pensamiento crítico que todo ciudadano debiera aplicar al participar en la discusión pública. El acceso a la cultura científica es un derecho de los ciudadanos, que nos permite cumplir mejor con nuestra obligación de participar responsablemente en la vida democrática.

La divulgación científica se ocupa precisamente de poner la cultura científica al alcance de los ciudadanos. Por ello, es una labor de importancia estratégica para todo país. En México existe una tradición de divulgación científica que viene desde la Colonia, y una comunidad de divulgadores pujante y creciente, con una experiencia acumulada de más de cuatro décadas.

Parte de esta comunidad se agrupa en la Sociedad Mexicana para la Divulgación de la Ciencia y la Técnica (Somedicyt), que realiza distintas actividades entre las que destacan, entre otras, un Congreso Nacional y la entrega, desde 1992, del Premio Nacional de Divulgación de la Ciencia y la Técnica.

El pasado jueves 18 de febrero se otorgó el premio correspondiente a 2015 a un verdadero pionero de la divulgación científica en México: Roberto Sayavedra Soto, físico y educador que con una trayectoria envidiable de más de 30 años. Fue uno de los fundadores de la recordada revista infantil Chispa, en 1981, y hasta su desaparición en 1997 escribió su sección más gustada: “El Tío Bolita y sus ayudantes”, que presentaba experimentos divertidos e ilustrativos para sus curiosos lectores.

Sayavedra es multifacético e incansable: ha escrito artículos y libros, y constantemente imparte cursos y talleres de ciencia por toda la república, y en gran parte de Latinoamérica. Es un gusto que la comunidad de divulgadores mexicanos reconozca a uno de sus miembros más destacados. ¡Enhorabuena!

Por desgracia, también a veces hay malas noticias que dar en este campo. Una reciente es el desafortunado cierre del Centro Municipal de Divulgación Científica de Cuautitlán Izcalli, una institución pionera –es el único centro a nivel municipal que ha existido en el país– que durante más de dos años de existencia proporcionó servicios de difusión de la cultura científica, además de promoción de la salud y el bienestar, a su comunidad. La decisión unilateral y arbitraria de un funcionario, el nuevo presidente municipal, dio al traste con este esfuerzo, pues retiró al grupo que creó, promovió y operó esta iniciativa el uso del local con el que habían contado hasta ahora.

Lo más triste es que la nueva autoridad municipal haya emprendido una campaña de desprestigio contra un grupo de entusiastas que no buscaba más que promover la cultura científica en su municipio y en otros cercanos. Los programas y actividades del Centro llegaron a beneficiar a más de 41 mil niños, adolescentes, jóvenes y población vulnerable de 14 municipios en cuatro estados, con conferencias científicas, una biblioteca, talleres de robótica y computación y eventos como la Noche de las estrellas, entre otras.

Afortunadamente, los divulgadores somos una especie resistente: los impulsores del Centro han anunciado que continuarán con sus actividades en otras instalaciones y buscarán otras fuentes de apoyo. Felicidades por ese entusiasmo.


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jueves, 18 de febrero de 2016

Olas de gravedad

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 18 de febrero de 2016


El jueves pasado, 11 de febrero, la comunidad científica mundial –y, con un poco de retraso, los medios de comunicación– se estremeció por lo que muchos califican de “el descubrimiento científico del siglo” (no sé si lo sea, pero seguro es por lo menos el del año, y probablemente el de la década). El Observatorio de Interferometría Láser de Ondas Gravitacionales (LIGO) cumplió con el cometido para el que fue construido: detectar de manera categórica, por primera vez desde que fueron predichas por la teoría general de la relatividad de Einstein, ondas de gravedad.

¿Qué son las ondas gravitacionales, y por qué es importante este descubrimiento? Vamos por partes.

Si el lector estuviera sumergido en una piscina con la cabeza fuera, y alguien arrojara una piedra al agua, podría ver las olas –ondas– que el impacto causaría en la superficie del agua. Si estuviera sumergido y, digamos, un pequeño petardo estallara dentro de la piscina, no vería olas, pero sentiría el golpe tridimensional de las ondas de impacto, que se transmitiría a través de todo el cuerpo de agua.

En ambos casos, las ondas están formadas por agua en movimiento oscilante. Hay otras cosas que se transmiten mediante ondas: el sonido, que también requiere de algún material –gaseoso, líquido o sólido– y la radiación electromagnética, que se transmite en el vacío. Pero las ondas gravitacionales son algo completamente distinto. No son la forma como se transmite la gravedad, sino algo más complejo.

Durante toda su historia, la humanidad pudo observar el universo que nos rodea –estrellas y planetas y galaxias– solamente a través de la luz visible que llega desde ellos hasta nosotros. Primero a simple vista, y luego usando telescopios cada vez más precisos y potentes. En los años 30 del siglo pasado se construyeron los primeros radiotelescopios: telescopios que podían captar otro tipo de radiación electromagnética: las ondas de radio. Más adelante, se construyeron telescopios que captan luz infrarroja, ultravioleta, rayos X y microondas. Cada una de estas “ventanas” que abrimos para estudiar el universo nos ofreció nuevas revelaciones. Pero se trataba siempre de ondas electromagnéticas, aunque de distintas longitudes.

Cuando a principios del siglo XX Albert Einstein propuso su teoría de la relatividad, cambió por completo la manera en que entendemos el espacio, el tiempo y la gravedad. Antes, el espacio y el tiempo se consideraban inmutables, y la gravedad era una fuerza de atracción entre cuerpos. Pero Einstein mostró que la masa de los cuerpos es capaz de deformar lo que él llamó “el espaciotiempo” (pues en su visión el tiempo es una cuarta dimensión equivalente a las tres del espacio; de ahí los extraños fenómenos relativistas en que el espacio y el tiempo se distorsionan). La gravedad es precisamente esa deformación del espaciotiempo causada por la masa.

Entonces, si dos masas muy grandes llegaran, por ejemplo, a chocar, producirían una onda de deformación que se iría expandiendo por todo el espaciotiempo a su alrededor: ondas de gravedad.

El interferómetro de LIGO en
Hanford, estado de Washington
El proyecto estadounidense LIGO se construyó, con un costo de más mil cien millones de dólares durante más de 40 años, justo para detectar estas ondas. Consiste en dos enormes interferómetros: aparatos en que un rayo de luz láser se hace rebotar en espejos a lo largo de dos tubos dispuestos en ángulo recto, como una L. Uno está situado en Washington y otro en Luisiana; cada uno tiene dos brazos de 4 kilómetros de longitud. Si una onda de gravedad pasara por estos lugares, el espacio mismo se deformaría (y no podríamos darnos cuenta). Pero, por ser perpendiculares, dicha deformación sería más notoria en uno de los brazos de los detectores que en el otro. Como las dos ramas del rayo láser se hacen coincidir en el centro, la deformación producida por la onda de gravedad se detectaría porque en lugar de coincidir perfectamente, habría un patrón de interferencia entre los dos rayos de luz. (La interferometría es la misma técnica que se utilizó originalmente, en 1887, para medir con precisión la velocidad de la luz.)

El 14 de septiembre del año pasado, LIGO, cuya sensibilidad le permite detectar cambios en la longitud de sus brazos de una diezmilésima del tamaño de un protón, fue puesto en marcha. Se esperaba que pudiera detectar el choque de pares de estrellas de neutrones que giran una alrededor de otra. Pero halló algo mejor. Casi de inmediato detectó una señal intensa que, al ser analizada, resultó ser producida por el choque de dos enormes agujeros negros, con masas de 36 y 29 veces la del Sol, que giraban alrededor de su centro de gravedad cada vez más rápidamente –250 veces por segundo, al final–, hasta que se fundieron para producir un agujero negro aún más enorme: de 62 masas solares. El proceso duró un quinto de segundo.

¿Y las 3 masas solares faltantes? Se convirtieron en la energía que se propagó en forma de ondas gravitacionales.

El descubrimiento confirma la teoría de Einstein, y revela que existen agujeros negros binarios que giran en pareja. Además, justifica el gasto en el LIGO y asegura que se construirán nuevos y más potentes interferómetros (incluso en el espacio). Pero no sólo eso: constituye una manera totalmente nueva de explorar el universo, ya no a través de ondas electromagnéticas sino gravitacionales. Es, según los expertos, como si hasta ahora la humanidad sólo hubiera tenido ojos, y hoy también gozáramos de oídos.

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miércoles, 10 de febrero de 2016

Papapancho en México


Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 10 de febrero de 2016

El próximo viernes por la tarde, como ya todos sabemos, llegará Jorge Mario Bergoglio, el Papa Francisco, a México.

Los preparativos para su estancia en nuestro país han sido sonados y, en mi opinión, bastante exagerados. Y ha sido ya muy comentado y criticado el dispendio que representan.

Dos ejemplos. Uno, el del Gobierno de la Ciudad de México, al tapizar los espacios públicos de la capital con propaganda pagada con dinero público que da la bienvenida al Papa y le dice que “ésta es su casa”. Y al organizar una ceremonia masiva en el Zócalo para entregarle las llaves de la ciudad (que, según se comenta, normalmente se entregan en una ceremonia discreta en el Palacio de Gobierno). Por no hablar del cierre de calles y estaciones del Metro y Metrobús, la suspensión del paseo ciclista dominical sobre el Paseo de la Reforma (que se llama así, no “Avenida Paseo de la Reforma”) y el cierre de escuelas en el Centro Histórico.

Segundo ejemplo: el del Gobierno de Michoacán, que ha gastado en carísimos anuncios espectaculares, incluso en la Ciudad de México, anunciando que ese estado “recibe con el alma” al pontífice. Además, como reportó ayer Francisco García Davish en Milenio Diario, el uso de dinero del erario estatal para incluir el hashtag #PapaEnMorelia en la camiseta del equipo de futbol Monarcas, lo cual, además de violar la constitución, como todo uso de dinero público para promover eventos religiosos, contraviene también los códigos de ética de la Federación Mexicana de Futbol (Femexfut) y de la Federación Internacional de Futbol Asociación (FIFA), que obligan a los equipos de futbol a “mantener una posición neutral ante asuntos de carácter religioso o político”.

Vivimos, hay que recordarlo, en un Estado laico establecido por nuestra Constitución. Dicho laicismo es indispensable, como el especialista en religión Roberto Blancarte se ha cansado de explicar en su columna de los martes en ese mismo diario, para garantizar el trato equitativo del Estado hacia las distintas religiones presentes en el país (que son muchas, aunque la iglesia católica quiera hacer parecer que es la única) y hacia la creciente población no religiosa (de la cual este columnista orgullosamente forma parte).

Se ha tratado de justificar el gasto y promoción de la vista papal argumentando que “se trata de una visita de Estado”. No es así: ya las autoridades eclesiásticas han aclarado que es una visita pastoral. En todo caso, a ningún otro jefe de Estado se le ha dado un trato y una promoción similar, como tampoco –por suerte– a ningún otro líder religioso que haya visitado nuestro país.

El Estado laico y la separación iglesia-Estado son indispensables para cualquier democracia verdadera. En el caso mexicano, se trata también de una necesidad producto de nuestra historia: no olvidemos la guerra civil emprendida de 1926 a 1929 por los cristeros contra el gobierno, en protesta por las reformas para quitarle a la iglesia católica su enorme poder político y económico, y que produjo unos 250 mil muertes (como comparación, la guerra contra el narco entablada durante el gobierno de Felipe Calderón ha producido, de 2007 a la fecha, 185 mil muertos, según reporte de SinEmbargo.com, 6 de febrero de 2016).

El pensamiento religioso, basado en la fe, ha estado siempre reñido con el pensamiento crítico, basado en la evidencia y el razonamiento lógico. La educación religiosa valora el creer en algo sin necesidad de evidencias; el pensamiento crítico enseña a exigir razones para creer en algo. Por ello, la enseñanza de la religión es un obstáculo para el desarrollo del pensamiento crítico que requiere un ciudadano en una democracia –donde se espera que tome decisiones razonadas basadas en evidencia confiable– y para el fomento del pensamiento científico. No en balde el artículo tercero constitucional prohíbe la enseñanza religiosa en las escuelas públicas y exige una enseñanza basada “en los resultados del progreso científico”.

La visita del Papa Pancho, como cariñosamente le llaman muchos, puede ser un agradable suceso social. Lo preocupante es que sirva para promover una forma de pensamiento que se contrapone al pensamiento crítico que tanta falta hace en nuestro país. Preocupa, sobre todo, que dicha promoción se haga con dinero público de un Estado que, se supone, debiera ser rigurosamente laico.

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miércoles, 3 de febrero de 2016

¿Embriones a la carta?

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 3 de febrero de 2016

Los biólogos moleculares dicen desde los años 70 que hacen “ingeniería genética”, pero la verdad es que más bien se han dedicado a hacer corte y confección con herramientas que ni siquiera han inventado ellos mismos, sino que han tomado prestadas de la naturaleza.

Esto no quiere decir que las también llamadas “técnicas de ADN recombinante” no sean producto de un ingenio y una creatividad enormes. Los investigadores identificaron, aislaron, adaptaron y aprendieron a usar para sus propios fines las enzimas con las que las células cortan, modifican y vuelven a pegar, con precisión molecular, el material genético. Los beneficios de la aplicación de esta tecnología se han manifestado en campos como agricultura, producción de medicamentos, manufactura química e investigación científica.

Pero la habilidad de modificar genes también despertó temores. “Jugar a ser dios” con el material genético de los seres vivos podría tener efectos inesperados. Luego de debates y deliberaciones, se adoptó el consenso de que la modificación genética de seres humanos quedaría prohibida (en algunos países incluso penalmente).

En 2012 las científicas Emmanuelle Charpentier, sueca, y Jennifer Doudna, estadounidense, desarrollaron una nueva y revolucionaria técnica llamada CRISPR-Cas, que permite modificar genes –ya sea inactivándolos, “corregiéndolos” o introduciendo genes nuevos– de manera mucho más precisa, eficaz, sencilla y barata (ya el año pasado comentamos aquí el Premio Princesa de Asturias que recibieron por su desarrollo). La “edición de genomas”, como se le conoce, se volvió rápidamente un herramienta indispensable en los laboratorios. Y nuevamente surge el dilema ético: ¿qué tan aceptable es modificar el genoma humano, ahora que se tiene una herramienta que lo hace mucho más factible?

En abril de 2015 el equipo del científico chino Junjiu Huang anunció que había usado la técnica CRISPR-Cas para introducir una modificación para intentar corregir la enfermedad genética conocida como beta-talasemia, que causa anemia grave que puede ser mortal, en embriones humanos desechados por clínicas de fertilidad. Para tratar de evitar dilemas éticos, se utilizaron sólo embriones inviables, es decir, que no tienen la capacidad de desarrollarse para convertirse en un bebé. Aun así, el experimento –que por cierto tuvo resultados negativos que llevaron a los autores a afirmar que la técnica “no estaba madura” para su uso en humanos– desató una polémica internacional.

Kathy Niakan, del
Instituto Francis Crick, de Londres
Pues bien: el pasado lunes primero de febrero la Autoridad de Embriología y Fertilización (HFEA) del Reino Unido, organismo que regula la investigación en temas de fertilidad, otorgó a la investigadora Kathy Niakan, del Instituto Francis Crick, de Londres, luego de una cuidadosa consideración, un permiso para utilizar CRISPR-Cas para modificar embriones humanos viables. Niakan usará la técnica investigar la función del gen OCT4, que participa, durante las primeras etapas del desarrollo, en la diferenciación de las células que formarán los distintos tipos de tejido que nos constituyen.

La HFEA sólo autorizó el uso de los embriones durante los primeros 14 días de su desarrollo, pasados los cuales tendrán que ser destruidos (el experimento de Nikan, no obstante, sólo durará 7 días). Tampoco se permitirá que sean implantados en mujeres. Los resultados permitirán entender mejor las causas de la infertilidad en parejas. Un fin importante y noble, si tomamos en cuenta que, según datos de Estados Unidos, entre un 6 y un 10 por ciento de las mujeres pueden presentar este problema (en México, una encuesta de 2013 reveló que 3 de cada 10 parejas son infértiles).

Nuevamente, el debate está servido. Principalmente porque, al modificar un embrión, se estaría modificando la línea germinal humana: los cambios genéticos podrían ser transmitidos a la descendencia, si el embrión completara su desarrollo hasta ser adulto y se reprodujera. Estaríamos hablando entonces, ciertamente, de la posibilidad de cambiar el futuro de la especie humana: podrían eliminarse enfermedades hereditarias, pero también se podrían tener efectos no deseados, e incluso se podría usar la técnica con fines poco éticos.

Algunos grupos de científicos están convocando a reuniones internacionales para discutir las implicaciones bioéticas. Otros llaman a una moratoria de toda experimentación con CRISPR-Cas en embriones humanos. Lo cierto es que la posibilidad de editar nuestro genoma está ahí, y probablemente será usada, tarde o temprano, para producir seres humanos modificados.

Es probable, y deseable, que la autorización otorgada a Niakan sirva, como esperan algunos expertos, para alentar un amplio debate que permita que, cuando llegue el momento, esta tecnología se use a nivel global de forma controlada, responsable y segura.

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